jueves, 11 de junio de 2015

La Fontana de Oro

Hola a todos.
Siguiendo con nuestro recorrido por Madrid, después de dejar el Museo del Romanticismo, nos dirigimos por la calle Fuencarral hasta la Gran Vía y de nuevo a la Puerta del Sol. Dede allí y subiendo por la calle Alcalá nos dirigimos al Casino de Madrid, singular edificio del siglo XIX, fundado en 1836 como club social independiente políticamente.De gran belleza arquitectónica, ha sido empleado en numerosas ocasiones como escenario cinematográfico, especialmente su majestuosa escalera. Posee una magnífica biblioteca y sigue funcionando como club social de carácter privado. Cuenta con una publicación digital con una periodicidad semestral que trata sobre diferentes temas culturales pero sobre todo con tintes históricos.


A continuación nos dirigimos por la Carrera de San Jerónimo a la Calle Victoria y allí tuvimos la oportunidad de admirar La Fontana de Oro. Se trata de un local intensamente vinculado a la vida literaria y política del siglo XIX en Madrid. Fue una fonda en origen y luego un café que existió desde finales del siglo XVIII. Fue inmortalizado por don Benito Pérez Galdós en su novela del mismo título y que ha formado parte de nuestras lecturas recientemente.El café fué lugar de reunión de la España Liberal y Tribuna de oradores durante el Trienio Liberal.
 

Al parecer, a mediados el siglo XVIII solo había tres grandes fondas en Madrid. La Cruz de Malta, La fonda de San Sebastián y La Fontana de Oro, que anteriormente figuraba como Posada de Caballeros regida por un veronés. Durante el Trienio Liberal se convirtió en uno de los más importantes púlpitos progresistas, quedando noticia de la presencia en ella de grandes oradores como Antonio Alcalá Galiano. Así la describe Galdós en su primera novela publicada y que lleva su nombre. Con la llegada a Madrid de los Cien Mil hijos de San Luis en socorro de Fernando VII, la ejecución pública de Riego tras el levantamiento, lider liberal y defensor de la Constitución, la sangrienta masacre que lo acompañó y la huída de Alcalá Galiano del país, la fontana volvió a su función de fonda para viajeros. 
Galdós habla de ella en su novela y dice: 
En la Fontana es preciso demarcar dos recintos, dos hemisferios: el correspondiente al café y el correspondiente a la política. En el primer recinto había unas cuantas mesas destinadas al servicio. Más al fondo, y formando un ángulo, estaba el local en que se celebraban las sesiones. Al principio, el orador se ponía en pie sobre una mesa, y hablaba; después, el dueño del café se vio en la necesidad de construir una tribuna... Por último, se determinó que las sesiones fueran secretas, y entonces se trasladó el club al piso principal. Los que abajo hacían el gasto, tomando café o chocolate, sentían en los momentos agitados de la polémica un estruendo espantoso en las regiones superiores..., temiendo que se les viniera encima el techo, con toda la mole patriótica que sustentaba...
La Fontana de Oro, Benito Pérez Galdós




 En 1843 la vieja Fontana fue adquirida, junto con otras fincas adjuntas, por el súbdito francés Casimir Monier, empresario innovador que ya antes había abierto librería y un local de baños. El nuevo complejo hostelero que tomó el nombre de Hotel Monier pero que siguió conociéndose con su nombre antiguo, aparecía en el Hanbook for travellers in Spain (1845) del John Murray así descrita: La afamada Fontana de Oro, durante mucho tiempo el mejor hotel de Madrid, y entre los peores de Europa, ha sido transformado en un establecimiento para baños, alojamiento y sala de lecturas.
En 1859, en el solar de la finca que ocupó la Fontana se construyó un nuevo hotel, luego desaparecido también, la fonda de los Embajadores que, en una evolución de categoría ascendente acabó llamándose Gran Hotel de los Embajadores.

  

  



Hoy día es una especie de Taberna Irlandesa pero en la que permanece intacto el recuerdo de toda una época y se respira el mismo aire que imaginamos se respiró en sus buenos tiempos. Se puede uno sentar en cualquiera de sus rincones y transportarse a aquel convulso siglo XIX saboraeando, eso sí, una pinta de guinness.


                          
Espero que hayáis disfrutado con el recuerdo de su visita.












1 comentario:

Joaquín dijo...

Quizás hubiese preferido saber todo esto antes de ir, pero guardo un recuerdo inolvidable del lugar. Llegamos cansados, pero allí sentí la atmósfera especial del lugar, como de un color engañoso de recuerdos inventados.
Pero ¡por dios! que bajen de ahí esa moto y apaguen la tele.