jueves, 6 de junio de 2013

Rafael Riego. El mito liberal

Hola a todos.
Os dejo este post publicado en el blog de uno de los enlaces que tenéis a vuestra derecha y que no puede ser más oportuno para el tema que acabamos de ver en nuestra anterior reunión del miercoles. Como sabéis hemos hablado de todos los pronunciamientos que se produjeron dentro del Sexenio Absolutista, primera etapa del reinado de Fernando VII y que dieron lugar a la segunda etapa llamada Trienio Liberal. Entre ellos los que fueron protagonizados por Riego.
Espero que lo disfrutéis.

Soldados/ la Patria/ os llama a la lid/ juremos por ella/ vencer o morir”. (Casi) todos los españoles hemos escuchado alguna vez estas estrofas del Himno de Riego, la canción que entonaron, en su campaña por Andalucía, las tropas sublevadas en Cabezas de San Juan, el 1 de enero de 1820, símbolo de la España liberal, convertida más tarde, en el trascurso de la Historia, en metáfora musical de la lucha que sostuvo el pueblo español contra el fascismo y el militarismo durante los años de la República y de la guerra (in)civil.


 
Menos conocida que la letra de este himno puede que sea para los españoles actuales la figura del bravo militar Rafael del Riego, un nombre que  fue  por muchos años símbolo de la España que quería emerger de las tinieblas del oscurantismo y la opresión.

Vamos a recordar en esta entrada brevemente la vida de este mito liberal, poniendo al día anteriores lecturas[1].


Rafael del Riego  Flórez  nació el 7 de Abril de 1784 en Tuña, concejo de Tineo (Asturias). Su padre, Antonio del Riego, era administrador general de Correos y hombre de acendrada vocación literaria. Por su cuna, pertenecía a la baja nobleza asturiana, importante vivero del liberalismo español en la primera mitad del siglo XIX. Estudió en Oviedo las primeras letras y latinidad y después se recibió de Bachiller en Filosofía en la Universidad de Oviedo, sin llegar a licenciarse, pues, en 1807, se decidió por la carrera militar ingresando en la Compañía americana de tropas de la Real Persona con la que intervino en el motín de Aranjuez, el 17 de mayo de 1808. Confinado en Aranjuez por haber desobedecido las órdenes del general Murat que comandaba las tropas francesas en España, pudo escapar y huir a Asturias decidido a incorporarse a la lucha armada contra el invasor.
 
El 8 de agosto de 1808, la Junta del Principado le nombró, con el grado de capitán,  ayudante del general Vicente Acevedo, bajo cuyas órdenes actuó en la batalla de Espinosa de los Monteros (10 y 11 de noviembre de 1808). Pudo haberse salvado del desastre pero se negó abandonar a su general herido, siendo hecho prisionero y enviado a Francia donde pasó más de cinco años en los depósitos de Dijon, Autun y Chalons-sur-Saone en régimen de semi cautividad.
No se ponen de acuerdo los estudiosos de su biografía sobre si fue en Francia donde arraigaron en él sus convicciones liberales.  Asi lo creen Menéndez Pelayo, Baroja o Marañón siguiendo lo que escribió Luis Viardot en un libro publicado en 1826, donde expresamente cita a Riego, haciendo de su cautiverio y del de otros diez mil oficiales españoles  una de las causas de la revolución de 1820. Sin embargo, no es del todo seguro que esta situación fuera el motivo determinante de tales inclinaciones, que más bien estarían en su talante y en los ambientes familiares en los que vivió y se educó, así como tampoco está clara su afiliación a la masonería, como asegura  Baroja en “Los caminos del mundo” y que algunos historiadores rechazan.  Lo que se sabe cierto es que durante estos años aprendió inglés y tomó lecciones de comercio.

En 1813 logró evadirse y volvió a España tras un largo periplo, justo a tiempo para jurar en La Coruña la Constitución ante el general Lacy. Poco después retornó Fernando VII y con él la restauración absolutista. Los seis años siguientes los pasó Rafael en distintos destinos: Madrid, Bilbao, Logroño, La Carolina y finalmente, en 1819,  Las Cabezas de San Juan en la provincia de Cádiz. Tenía entonces treinta y cinco años y el grado de teniente coronel.

Aburrimiento, tedio, frustración, desesperanza, estos eran los sentimientos que embargaban a muchos oficiales  que, como Riego, sufrían las penurias de la vida militar bajo una monarquía en quiebra y que añoraban los tiempos de la Guerra de la Independencia “en que la comunión con el pueblo y los principios patrióticos de la Constitución gaditana hacia abrigar esperanzas  en una verdadera regeneración nacional, según expresión de la época” (y de todas las épocas de crisis, añadiría, como en la España finisecular del 98 y en el momento actual). Todo ello agravado con la perspectiva de un embarque forzoso de las tropas a su mando para sofocar la rebelión en las colonias americanas[2]
Comprometido en los movimientos revolucionarios, Riego no pudo evitar el encarcelamiento de los conjurados detenidos por Enrique O´Donnell, conde de La Bisbal, pero la conspiración liberal, en la que participaban Mendizábal y Alcalá Galiano, siguió su curso, y salió adelante sobre todo debido a su audacia al proclamar, el 1 de enero de 1820, al frente su batallón de Asturias, desde el balcón del Ayuntamiento de Las Cabezas de San Juan[3], la Constitución de 1812, exhortándoles a alzarse en armas contra el despotismo y por la libertad y derechos de la nación.

Me parece interesante reflejar aquí el texto que se estima más aproximado al sentido original de esta proclama. Decía así:
 

Soldados, mi amor hacia vosotros es grande. Por lo mismo yo no podría consentir, como jefe vuestro que se os alejase de vuestra patria, en unos barcos podridos, para llevaros a hacer una guerra injusta al nuevo mundo; ni que se os compiliese a abandonar a vuestros padres y hermanos, dejándoles sumidos en la miseria y la presión. Vosotros debéis a aquellos la vida y, por tanto,  es de vuestra obligación y agradecimiento el prolongársela sosteniéndolos en la ancianidad; y aún también, si fuese necesario el sacrificar las vuestras, para romperles las cadenas que los tiene oprimidos desde el año 1814.
Un rey absoluto, a su antojo y albedrío les impone contribuciones y gabelas que no pueden soportar; los veja, los oprime, y por ultimo como colmo de sus desgracias, os arrebata a vosotros, sus caros hijos para sacrificaros a su orgullo y ambición. Sí, a vosotros os arrebatan del paterno seno, para que en lejanos y opuestos climas vayáis a sostener una guerra inútil, que podría fácilmente terminarse con solo reintegrar en sus derechos  a la Nación Española. La Constitución, sí, la Constitución,  basta para apaciguar a nuestros hermanos de América.

España está viviendo a merced de un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor respeto a las leyes fundamentales de la Nación. El rey, que debe su trono a cuantos lucharon en la guerra dela Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución; la Constitución, pacto entre el Monarca y su pueblo, cimiento y encarnación de toda la Nación moderna.  
La Constitución española, justa y liberal ha sido elaborada en Cádiz entre sangre  y sufrimiento. Mas el  rey no la ha jurado y es necesario, para que España se salve, que el Rey jure y respete esa Constitución de 1812, afirmación legítima y civil de los derechos y deberes de los españoles, de todos los españoles desde el Rey al último labrador…
Sí, si soldados, la Constitución

¡Viva la Constitución!”

No hay palabras, escribirá el propio Riego algunos meses después en un relato autógrafo- para dar una remota idea de la especie de inconcebible electricidad que se apoderó de las almas de todos los individuos de mi batallón al oírme pronunciar la tan dulce como deseada palabra de Constitución o muerte”.
A partir de aquel momento desplegó una intensa actividad al frente de su batallón, emprendiendo una marcha por Andalucía con su pequeño ejército, formado por 1.600 hombres, intentando, con diversa fortuna,  proclamar la Constitución en diversos lugares, muchas veces en medio de la indiferencia de las poblaciones. La marcha, que duró dos meses, no fue un paseo militar. Las resistencias encontradas en las fuerzas leales a la monarquía absoluta, los problemas de intendencia, las bajas en combate y las  enfermedades diezmaron a sus tropas. Cuando ya apurado, creyendo fracasada la operación, buscaba la frontera portuguesa para librarse de una muerte segura,  fue informado de la propagación de la revolución liberal por buena parte del país y de la aceptación de Fernando VII a jurar la Constitución.
 
 
Cómo era Rafael del Riego, en estos años revolucionarios? Alcalá Galiano, que no era precisamente su mayor admirador, le describirá muchos años más tarde como un joven “de alguna instrucción, aunque corta y superficial, no muy agudo ingenio ni sano discurso, si bien  no dejaba de manifestar del primero algunos destellos, condición arrebatada, valor impetuoso en los peligros, a la par con escasa fortaleza en los reveses y … constante sed de gloria”

Con el triunfo de la libertad, los conspiradores, el brigadier O´Daly, los coroneles Quiroga, Riego, no sin resistencia por su parte, Arco Agüero, López Baños fueron promovidos al empleo de mariscales de campo. Riego, que había hecho una entrada triunfal en Sevilla, tenido ya como un ídolo por el pueblo,  dirigió una larga exposición al Rey en a que le felicitaba “por tan feliz mudanza” expresándoles sus sentimientos de amor y respeto. En reciprocidad fue nombrado ayudante de campo del Rey y condecorado con la gran cruz de San Fernando.
En las disputas entre liberales exaltados, partidarios de la intangibilidad de la Constitución y liberales moderados o doceañistas, proclives a reformarla, durante primer gobierno constitucional, la figura de Riego encarnaba, sin duda el espíritu de los primeros. “una idea del pueblo en armas, una mística revolucionaria y una sensación de tutela cívico militar sobre las instituciones”, como señala juan Francisco Fuentes “una especie de jacobinismo a la española”.

En agosto de 1820, el marqués de las Amarillas, ministro de la Guerra decretó la disolución del ejército de la Isla, dejando a la revolución sin su brazo armado. Riego, nombrado Capitán General de Galicia tuvo la debilidad de trasladarse a Madrid para defender su ejército, siendo recibido por el Rey y el Gobierno y agasajado por los sectores más liberales de la opinión pública. En uno de estos actos, celebrado en el teatro del Príncipe,  sus partidarios, tras cantar el “Himno de Riego”, se arrancaron con el “Trágala” canción gaditana considerada subversiva.
 
Sus enemigos le acusaron de participar y hasta arengar a sus partidarios  en un acto hostil al Gobierno, lo que le causó la destitución de su cargo y el destierro a Oviedo. Incluso en las Cortes llegó a ser acusado de “republicanismo” por boca del “divino” Argüelles. No obstante, las disensiones entre las facciones liberales, le valieron a Riego un segundo nombramiento como Capitán General de Aragón en noviembre de 1820.
El alejamiento de la Cortes no le libró, sin embargo, de nuevas persecuciones. Así una supuesta conjuración republicana, no más allá de un “cuento de viejas” según un contemporáneo, fue el pretexto del Gobierno para destituirle en su cargo de Capitán General de Aragón y mandarle destinado a Lérida. Ello le confirió nueva popularidad, aun a su pesar. Diríase,  señala el profesor Fuentes, “que cuanto menos hacía por agrandar su fama de caudillo revolucionario, mayores eran las sospechas que infundía en sus enemigos y cuanto mayor era la hostilidad del moderantismo hacia él, mayor su prestigio entre los exaltados”.

En septiembre de 1821, al conocerse en Madrid la noticia  de su destitución, los liberales radicales promovieron una manifestación-homenaje a Riego que fue prohibida por el jefe político (figura antecedente del gobernador civil) de la provincia, general José Martínez de San Martin, apodado por sus enemigos  “Tintín de Navarra” (El Zurriago, 1821). El enfrentamiento entre manifestantes y las fuerzas de la Milicia Nacional es el episodio que se conoce con el jocoso nombre de “batalla de las Platerías” que se saldó con algunos contusionados y con el retrato de Riego abandonado en medio de la calle.

Las cosas parecieron tranquilizarse algo, a finales del año que concluyó con la elección de Riego como diputado por Asturias para la nueva legislatura en la que incluso llegó  a desempeñar por breve tiempo la presidencia de la Cámara (desde el 25 de febrero al 31 de marzo de 1822). Antes, el 15 de octubre de 1821 Rafael se había casado por poderes con su sobrina, María Teresa del Riego y Riego, quince años más joven que él[4].
Siendo diputado quiso Riego reconciliarse con sus adversarios políticos y no dudó para ello en hacer autocrítica en carta dirigida a su paisano José Canga Argüelles. Al mismo espíritu de conciliación entre los dos bandos en que estaba dividida la familia  liberal obedeció la adopción del “Himno de Riego” como marcha nacional decretada por las Cortes el 7 de abril de 1822, pero la reconciliación duraría poco tiempo.  El fracaso de la  contrarrevolución del 7 de julio llevó al poder a los exaltados, principales beneficiarios de aquellos hechos lo que exacerbó las tensiones entre las facciones liberales.
La Santa Alianza de las potencias europeas decidió la intervención en España y el general Riego se aprestó a tomar las armas en defensa de la nación.  Al producirse la invasión de los Cien Mil hijos de San Luis de 1823 dirigió a las Corte una importante exposición y el 24 de junio aparece en Málaga  al frente del tercer ejército de operaciones, pero fue víctima del fracaso general del régimen que se hundía y que vio con sobrecogedora lucidez y de la traición de sus compañeros. El 14 de septiembre se refugió en el cortijo de El Pósito, cerca de Torre Pero Gil (Jaén) de donde unos guías le llevaron a Arquillos cuyo alcalde le hizo prisionero, trasladándole preso a La Carolina.


El 2 de octubre Riego fue llevado a Madrid fuertemente custodiado y siendo objeto en el camino de toda clase de vejaciones y encerrado en el  Seminario de Nobles primero y en las cárceles de la Corona y de la Corte después. Le fue incoado un proceso, más bien simulacro de juicio, a cargo del alcalde de sala  Alfonso Cavia cuyo resultado fue la condena a muerte por haber votado siendo diputado la destitución temporal de Fernando VII. Para mayor ensañamiento se dispuso el descuartizamiento de su cadáver y el reparto de sus miembros por los lugares más emblemáticos de su biografía, aunque no consta que ello se produjese.

La sentencia se cumplió en la Plaza de la Cebada de Madrid el 7 de noviembre ante numeroso público que guardó un sobrecogedor silencio. El reo fue arrastrado por las calles hasta el patíbulo vestido con un sayal negro y metido en un serón, como si fuera un condenado por el Santo Oficio, con el siniestro acompañamiento de unos frailes que le exhortaban al arrepentimiento. No hay constancia de que se produjera, como al día siguiente se afirmó por las autoridades, una retractación pública escrita y firmada por él. 
No quiso nunca Riego, a pesar de las incitaciones, convertirse en un dictador revolucionario. Nunca dudo en su lealtad al gobierno constitucional. La popularidad mítica que alcanzó Riego no estuvo en relación con su clarividencia histórica sino que fue debida a su heroísmo, asu abnegación y a su martirio.
Para finalizar esta entrada señalaremos que el 21 de octubre de 1835, la reina regente María Cristina, a instancias del presidente del Consejo de Ministros, Juan Álvarez Mendizábal, buen amigo de Riego, firmó un decreto por el que el general Rafael del Riego era “repuesto en su buen nombre, fama y memoria”. No me parece ocioso trascribir su texto[5].

 

Real Decreto

Si en todas ocasiones  es grato a mi corazón enjugar las lágrimas de los súbditos de mi amada Hija mucho más lo es cuando a este deber de humanidad se junta la sagrada obligación de reparar pasados errores. El general D. Rafael del Riego, condenado a muerte  ignominiosa en virtud de un decreto posterior al acto de que se le acusó, y, por haber emitido su voto como diputado de la nación, en cuya calidad es inviolable, según las leyes vigentes entonces y el derecho público de todos los gobiernos representativos, fue una de aquellas víctimas que en los momentos de crisis hiere el fanatismo con la segur de la justicia. Cuando los demás que con su voto aprobaron la misma proposición que el general Riego gozan en el día de puestos distinguidos, ya en los cuerpos parlamentarios, ya en los Consejos  de mi excelsa Hija, no debe permitirse que la memoria de aquel general quede mancillada con la nota del crimen, ni su familia sumergida en la orfandad y la desventura. En estos días de paz y reconciliación para los defensores del Trono legítimo y de la libertad, deben borrarse, en cuanto sea posible,  todas las memorias amargas. Quiero que esta voluntad mía sea, para mi amada Hija y para sus sucesores en el Trono, el sello que asegure en los anales futuros de la historia española la debida inviolabilidad por los discursos, proposiciones y votos que se emitan en las cortes generales del reino.
Por tanto, en nombre de mi augusta Hija, la REINA DOÑA ISABEL II, decreto lo siguiente:
Art.1º El difunto general D. Rafael del Riego es repuesto en su buen nombre, fama y memoria.
Art.2º Su familia gozará de la pensión  y viudedad que le corresponda según las leyes.
Art.3º Esta familia queda bajo la protección especial de mi amada Hija DOÑA ISABEL II y durante su menor edad bajo la mía.
Tendreislo entendido, y lo comunicareis a quien corresponda.
Esta rubricado de la Real mano.
En el Pardo a 31 de octubre de 1835.

A D. Juan Álvarez Mendizábal, Presidente del Consejo de Ministros, interino
Demasiado tarde para alcanzar la justicia que en vano pidiera el general Riego al Rey Fernando, su esposo.

© Manuel Martínez Bargueño

1 comentario:

chantal dijo...

Muy pero que MUY interesante, además con la canción "Trágala" !!!
¿ habría un libro sobre él ?
Hasta el miercoles