Aquí os dejo una reseña sobre uno de los protagonistas de la historia del siglo XIX en España y que tanto dió que hablar.
Don Antonio María Felipe Luis de Orleans, duque de Montpensier (1824-1890), hijo de Luis Felipe de Orleans, rey de Francia, nieto de Felipe Igualdad y esposo de la infanta Luisa Fernanda, única hermana de Isabel II, fue durante toda su vida un intrigante. Conspiró con los revolucionarios que derrocaron a su cuñada y una vez destronada esta, en septiembre de 1868, quiso o se dejó querer, mostrando su disposición a ser el futuro rey de España. Montpensier, del que se dice tenía subvencionados a no menos de catorce periódicos en Madrid, no era en España un personaje popular, pese a sus virtudes, encomiadas por Ana de Sagrera, de padre de familia honesto y afectivo y su gusto por las artes y los libros viejos. Ciertamente no le faltaban en sus pretensiones partidarios tan influyentes como los generales Serrano y Topete y a través de estos los apoyos de la Unión Liberal pero tenía enemigos poderosos, como Napoleón III, que no quería ver a un Orleáns en el Trono de España y el general Prim, jefe del Gobierno y autentico árbitro de la situación decidido enemigo de los Borbones (recordemos que Luisa Fernanda, la esposa del Duque, era la hermana de la reina destronada Isabel II de Borbón).
Don Antonio María Felipe Luis de Orleans, duque de Montpensier (1824-1890), hijo de Luis Felipe de Orleans, rey de Francia, nieto de Felipe Igualdad y esposo de la infanta Luisa Fernanda, única hermana de Isabel II, fue durante toda su vida un intrigante. Conspiró con los revolucionarios que derrocaron a su cuñada y una vez destronada esta, en septiembre de 1868, quiso o se dejó querer, mostrando su disposición a ser el futuro rey de España. Montpensier, del que se dice tenía subvencionados a no menos de catorce periódicos en Madrid, no era en España un personaje popular, pese a sus virtudes, encomiadas por Ana de Sagrera, de padre de familia honesto y afectivo y su gusto por las artes y los libros viejos. Ciertamente no le faltaban en sus pretensiones partidarios tan influyentes como los generales Serrano y Topete y a través de estos los apoyos de la Unión Liberal pero tenía enemigos poderosos, como Napoleón III, que no quería ver a un Orleáns en el Trono de España y el general Prim, jefe del Gobierno y autentico árbitro de la situación decidido enemigo de los Borbones (recordemos que Luisa Fernanda, la esposa del Duque, era la hermana de la reina destronada Isabel II de Borbón).
En un momento dado (febrero de 1870), mientras el Gobierno y las Cortes barajaban el candidato a ocupar el Trono de España, Montpensier que habitualmente residía en Sevilla, con su familia, se dejó ver en Madrid en paseos, teatros y conciertos, a la vez que seguía con sus contactos políticos. Un día, sin embargo, hojeando el periódico “La Época” se quedó de piedra al leer un manifiesto dirigido a sus partidarios suscrito por el infante don Enrique, duque de Sevilla, y en el que se lanzaban graves injurias contra el pretendiente.
El susodicho manifiesto “A los montpensieristas” es largo para reproducirlo entero pero baste decir que ya en su primer párrafo el infante se declara “el más decidido enemigo político del duque francés”, cuya persona le inspira “hondo desprecio” por su “truhanería política”. Seguían las descalificaciones y remataba la faena llamando al duque “hinchado pastelero francés”.
Digamos de paso que el infante don Enrique venia distinguiéndose desde antes de la Revolución por sus ideas liberales de las que hacia continuo alarde. Algunos historiadores han creído que este manifiesto injurioso contra la persona del duque, le había sido sugerido por su cuñada política, la reina Isabel II, que no podía ver a Montpensier ni en efigie, conocedora de que el duque había financiado a los revolucionarios con tres millones de reales, pero lo más seguro es que el citado manifiesto fuera de inspiración republicana, partido con el que el desgraciado infante mantenía contactos.
Lo cierto es que Montpensier montó en cólera y furioso mandó al infante una carta en la que decía lo siguiente: “Muy Sr. Mio. Adjunto es un papel en el cual aparece su nombre. Espero que se sirva V. decirme si lo ha escrito y si está dispuesto a responder de él”, a lo que el destinatario respondió con otra misiva de este tenor: “Muy Sr. Mío: El papel que me ha remitido y le devuelvo adjunto, está escrito por mí y por consiguiente respondo de él”.
Acto seguido, Montpensier designó como testigos del duelo a los generales Fernández de Córdoba y Alaminos y como padrino al coronel Solís. El infante tardó algo más en nombrar a los suyos pues, al parecer deseaba que uno de sus padrinos fuera el general Baldomero Espartero, quien por razones de salud, no quiso o no pudo aceptar. Finalmente designó para que le apadrinaran al insigne cirujano don Federico Rubio y Galí y a Emigdio Santamaría, ambos diputados republicanos.
Reunidos en casa del general Córdoba los padrinos de ambas partes, los que lo eran del duque cometieron el grave error de proponer unas condiciones extremadamente duras para el duelo, por las armas y a una distancia de diez metros, quizás con la idea de que este no llegara a realizarse. Informado el duque, aceptó, sin embargo las condiciones y como era el ofendido y tenía el derecho a elegir arma, escogió la pistola.
Antes de seguir adelante con la narración, permítaseme hacer una breve digresión para significar lo que significaba el duelo en la España de la época.
En España y en el siglo XIX se batieron ministros, diputados, militares, periodistas, escritores, aristócratas… Para los hombres públicos, la posibilidad de un duelo obligaba a formarse en la esgrima y en el tiro a pistola, para ello proliferaban las salas de armas donde los jóvenes de la buena sociedad se ejercitaban en el arte de la esgrima. En Madrid, la pistola se practicaba en el salón de tiro del Círculo Militar o en la Escuela Nacional de Tiro de Carabanchel. En duelo, un tirador avezado gozaba de muchas más probabilidades de salir ileso que un tirador neófito. El duelo era más cruento si se concertaba a pistola rayada y a una distancia que pudiera causar un homicidio.
Este fue el error cometido en este duelo pues los padrinos concertaron que los combatientes se situaran a nueve metros de distancia uno del otro, y que si el primer disparo, de una y otra parte, no hacía blanco, se acortaría un metro el espacio convenido, sin que se pudiera disminuir en los sucesivo, cualquiera que fuese el número de descargas que no produjeran herida. Concertaron a la vez que los disparos se efectuarían los unos detrás de los otros y no a la vez, porque la experiencia había demostrado que por mucho que se cuidara la simultaneidad, siempre se notaba adelanto o retraso. La suerte resolvería quien dispararía primero, y el combate no cesaría sino cuando fuera herido uno de los beligerantes. También se sortearía el puesto que cada cual ocuparía, partiendo previamente el sol, para que no hirieran sus rayos a ninguno de los dos. Las pistolas se cargarían con intervención de testigos de una y otra parte y se permitiría el uso de gafas al Duque por llevarlas habitualmente (se conserva el acta donde constan todos estos pormenores).
El duelo quedó fijado para el sábado 12 de marzo, a las diez de la mañana, en la dehesa de la Escuela de Tiro de los Carabancheles. Ventas de Alcorcón Ana de Sagrera escribe que “Montpensier pasó la víspera arreglando papeles y cuestiones de intereses, revisó su testamento y añadió un codicilo. Cuentan que, incluso aconsejado por la Infanta, fue a confesarse, pero el confesor le dijo que no le podía dar la absolución, a menos que prometiese apuntar al aire. Después de una noche de insomnio, tomo por la mañana un baño y un desayuno frugal”. Otras fuentes dicen, por el contrario, que el Duque pasó los dos días anteriores al duelo ejercitando la puntería. De lo que hizo el infante don Enrique durante las vísperas del duelo no tenemos noticias ciertas. Lo que sí se sabe es que las pistolas fueron compradas el día anterior en la casa Ormaechea, calle Alcalá nº 5 y examinadas convenientemente para comprobar que nunca antes habían sido usadas ni ensayadas.
Llegados al campo del honor los contendientes “vestidos de levita”, con su comitiva de padrinos y testigos, dialogaron estos brevemente intentando una reconciliación que no fue posible. Se dejó a la suerte que fuera esta quien señalase las armas, los puestos y quien sería el primero en apuntar Todo ello fue favorable a don Enrique. Seguidamente se repartieron las armas y sonaron las tres palmadas de uno delos padrinos que equivalían a las voces de ritual de “preparados”, “apunten” y “fuego”.
El Infante disparó primero, sin hacer blanco. Disparó luego el Duque con idéntico resultado (doña Ana de Sagrera escribe que este “disparó al aire”). Los padrinos volvieron a cargar las armas y por acuerdo unánime decidieron no avanzar un metro como se había convenido.
El segundo disparo del Infante tampoco produjo herida. En su turno de disparo, la bala de Montpensier dio en la llave dela pistola del infante, partiéndose en pedazos ninguno de los cuales le alcanzó.
Como no había sangre continuó el combate. Disparó don Enrique, sin lograr herir a su oponente; entonces disparó el duque y la bala “penetro por el ojo y el lado derecho de la cabeza de su adversario” que cayó desplomado, herido mortalmente. Los facultativos que eran los doctores Luis Leiva y José solo pudieron certificar su fallecimiento.
Así acabó este duelo infortunado que causó en toda España una inmensa conmoción. El duque, que según Ana de Sagrera tuvo que guardar cama durante dos días a causa de la sobreexcitación, tuvo que comparecer ante un Consejo de Guerra que solo le condenó a un mes de destierro e indemnización de treinta mil pesetas a la familia de don Enrique considerando su muerte accidental. Lo que me resulta menos creíble, aunque así lo asegura doña Ana, es que Montpensier quiso prohijar a los huérfanos de don Enrique, pero estos, lógicamente, rechazaron toda protección del matador de su padre.
Perdió el duque, a causa de este duelo, todas sus posibilidades de haber sido elegido rey de España como Antonio I. La opinión pública se puso en su contra y la mayoría de los políticos que le apoyaban le abandonaron. En la sesión extraordinaria de las Cortes de 16 de noviembre de 1870, en la que resultó elegido Amadeo de Aosta como rey de España, el duque de Montpensier solo obtuvo 27 votos.
Si no fue rey, al menos su hija, la bellísima y angelical María de las Mercedes, fue fugazmente reina de España, por su matrimonio con Alfonso XII, pero esta es una historia mucho más conocida.
Antonio de Orleans, duque de Montpensier falleció repentinamente el 4 de febrero de 1890 en su coto de caza de la Breba, cercano su residencia de Sanlúcar de Barrameda. Está enterrado en el panteón de Infantes del Monasterio de El Escorial en un sepulcro, junto a su esposa Luisa Fernanda que le sobrevivió siete años y dos de sus hijas, Amelia y Cristina que fallecieron antes, en 1870 y 1879, respectivamente.
En cuanto al infortunado don Enrique, sus restos descansan en la galería 5ª y en el nicho 32 de la Sacramental de San Isidro .
En cuanto al infortunado don Enrique, sus restos descansan en la galería 5ª y en el nicho 32 de la Sacramental de San Isidro .